Bajo el epígrafe Una mirada sosegada al Medio Ambiente en Telde (1980-2022), el ecologista y profesor José Manuel Espiño Meilán ofrece un nuevo artículo de la serie de artículos de periodicidad quincenal.
Montaña de la Sima de Jinámar (I)
Dedicado a todas aquellas personas que ven en una sima volcánica la belleza y originalidad de la naturaleza en sus procesos de creación, lamentando que algunos hayan visto en el abismo de su negrura una puerta abierta al horror, una invitación al asesinato y la muerte.
Una explicación previa. La rápida evolución y los cambios que se están dando en el entorno de la Sima me obligan a dividir el contenido de este artículo en dos partes. Tal razón se une a otra de no inferior valía: la necesidad de hacerles más ameno el contenido, evitando que el artículo se convierta en una pequeña publicación. Gracias por su comprensión.
La sima de Jinámar. Cuatro palabras que, juntas, sobrecogen, imponen. Dos términos: sima y Jinámar, que rápidamente nos hacen olvidar su interesante significado vulcanológico para llevarnos más allá de su valor geológico tras el rastro de tétricos episodios históricos.
No va a ser precisamente la historia, la real y la fabulada, pues muchos ríos de tinta han corrido sobre esta sima, el motivo de este artículo. Y no lo va a ser porque en mis artículos voy buscando la vida, no la muerte. Para interpretar la historia ya están los historiadores con un criterio más lúcido y mayor rigor en su conocimiento. Yo estoy para disfrutar el cono volcánico -mejor dicho, disfrutar lo poco que queda de lo que algún día fue-, de patearlo arriba y abajo buscando plantas y animales, recovecos y cuevas. Descubrir donde está el peligro, recomendando por donde debemos caminar y por donde hacerlo se convierte en una temeridad.
Estoy para soñar, constatando la fuerza de la vida en cada ser que puebla lo que queda de la montaña.
Por eso, permítanme que abunde poco en su historia de asesinatos y muerte y aborde, en cambio, la triste historia que para el cono supuso la desaparición íntegra de su ladera oeste, buena parte de sus laderas sur y norte y las importantes mordidas -permaneciendo aún “in situ” una montaña de negro picón-, que supusieron la desaparición de miles de metros cúbicos de materiales volcánicos-, llevadas a cabo en su cara este, desfigurando el cono hasta volverlo irreconocible, poniendo en peligro la supervivencia de la sima, de ese fenómeno geológico que no tiene parangón con ningún otro cono volcánico de nuestra isla y, centrándonos en su particular singularidad, en el resto del archipiélago canario.
Su nombramiento como Bien de Interés Cultural en 1996 le llegó un poco tarde pues los desmanes extractivos ya habían hecho su labor, pero hay que reconocer que se trata de una figura valiosa de protección y debemos apoyarnos en ella para evitar que las intervenciones que se realicen en su entorno la deterioren aún más.
Situado entre dos hoyas, Hoya Niebla y Hoya del Gallego, nuestro volcán se alinea con los ya tratados de El Roso o Cruz de la Gallina y la montaña Quemada o montaña del Gallego. A estas alturas ya sabemos de la versatilidad de la toponimia.
No obstante, no me encuentro frente a cualquier cono. Lo sé. La historia me sale al paso al iniciar el camino, al encontrarme frente a la sima. La inexistencia de cualquier tipo de señales en todos los conos que llevo tratado alertándonos de algún modo sobre la importancia del mismo o sobre sus valores, no sucede con la montaña de la Sima de Jinámar.
Al igual que la montaña de Cuatro Puertas, existen paneles informativos que nos aproximan conocimientos básicos y esenciales para interpretar su valía geológica e histórica.
Existen dos sendas principales para llegar fácilmente a la Sima, a ese pozo de negrura que nos infunde precaución y respeto y de donde siempre surge una nutrida bandada de palomas bravías, pues son sus paredes interiores lugares idóneos para anidar y descansar sin mayores contratiempos pues abundan en ellas escarpes y oquedades. A ambas sendas llegamos a través de la carretera que desde las urbanizaciones industriales de Maipez y Jinámar, se dirige a Hoya Niebla y a la, hasta hace muy poco tiempo, Planta de Tratamiento de escombros y residuos inertes. De igual modo, si hemos cogido la carretera de Caserones y nos hemos dirigido a Hoya Niebla por la carretera que discurre por la parte alta de Hoya del Gallego, nos encontraremos igualmente con la carretera de acceso a la Sima.
Si optamos por la primera, me alegra constatar como los continuos vertidos, las escombreras que encontrábamos a ambos lados de esta vía han desaparecido. Ha sido una labor importante de limpieza pues era uno de los puntos negros de vertidos incontrolados de la isla. Ante los amantes del desprecio a lo ajeno, todas las medidas tomadas son pocas, así que todas las llevadas a cabo, bienvenidas sean. Ante esta realidad, uno quiere creer que las denuncias realizadas al mismo tiempo que describimos la belleza y el valor de los lugares transitados, sirven para algo. No puedo negar que pensaba era ésta, al igual que la vigilancia y control, labor propia de las instituciones públicas, pero la respuesta a los vertidos la dieron otros pues hace un par de días, en la Sima, me encuentro con la persona responsable de tales actuaciones la cual me confirma que la limpieza y control de los residuos había sido realizada por la empresa de explotación de la planta de residuos, al igual que su implicación en el cierre de la vía -en su entrada y salida-, cuando la jornada es dominical o día festivo. Considero que, desde mi humilde punto de vista, se está llevando a cabo una interesante y estimo que acertada restauración. Sería interesante, por parte de los responsables del ayuntamiento, aprovechar dicha restauración para que, más allá de la regeneración botánica, pudiera dotarse a la zona con espacios de ocio, zonas informativas sobre el campo de volcanes de Jinámar y sobre los senderos posibles que, partiendo de esta zona restaurada, permitieran conocer los valores singulares geológicos, biológicos y etnográficos del lugar así como rescatar del olvido la interacción del ser humano con estos espacios desde los puntos de vista agrícola, ganadero, de movilidad…
Haciendo eco de las palabras del extraordinario poeta gomero Pedro García Cabrera, surja la ayuda de la gestión pública o la gestión privada, verbalizo como él: la esperanza me mantiene.
Observando el esplendor de las botoneras con sus flores amarillas en ambos márgenes de la vía, así lo creo. Han llevada a cabo, de igual modo, la mejora de la carretera de acceso. Los enormes socavones existentes que hacían del tránsito por la misma una temeridad, forman parte del pasado. Volverán a aparecer con el tránsito continuo de grandes camiones, pero ahora, en este preciso instante, ambas acciones positivas suponen un rayo de esperanza. Parece ser que es éste un problema que sólo tendrá respuesta aceptable cuando se realice un asfaltado con garantía de firmeza, seguridad y futuro, pues mi última visita a la zona fue hace un par de días, mediados de este mes de noviembre, y ya existe algún que otro socavón enorme, pero hace seis meses, cuando escribía esto, habían terminado de parchear la pista y estaba en perfecto estado. En fin, para las carreteras de barrio e industriales en este municipio tan maltratado, es el cuento de nunca acabar.
La primera ruta que abordaremos se encuentra situada en la cara oeste de la montaña, justo a la entrada de una curva donde observamos un letrero realizado con letras azules sobre fondo amarillo y que reza así: “Sima de Jinámar … a 150 metros”. Y luego una flecha en color negro que indica la dirección de la senda muy definida que observamos a nuestra izquierda. En otro letrero se lee: Valor geológico único. Relicario de 13 mártires represaliados del franquismo. Alguien no estaba de acuerdo con este último vocablo y la palabra Franquismo aparece tachado, rayado hasta ocultar parte de la incómoda palabra. Luego, debajo, con letras minúsculas, que sin embargo son de la mayor relevancia puntualiza: “Tú formas parte de la Naturaleza, cuídala”.
Pero todo lo que les cuento en cada artículo está en cambio continuo. Cambios que suceden con mayor rapidez si se trata de espacios donde el ser humano lleva a cabo actividades de tal índole que sus efectos transforman el paisaje para siempre. En este caso los cambios son de una importancia mayúscula para el entorno de la Sima, pues la escombrera existente hasta hace muy poco tiempo está siendo objeto de un tratamiento del espacio alterado en aras de la recuperación medioambiental del mismo.
Y así, donde se encontraba una flecha indicativa de la Sima, ya no la hay, y donde había una sencilla senda peatonal hay una pista abierta junto a la valla. Este ensanche forma parte de las obras necesarias para abordar la mejora pretendida. Es así como pudieron las máquinas iniciar la actuación de regeneración de perfiles. Siempre es bueno recordar.
Como de este cono volcánico llevo casi dos años realizando el seguimiento, este párrafo que les muestro corresponde a las notas tomadas en aquel entonces:
“Caminamos sobre esta senda y descubrimos dos cosas. En primer lugar, la belleza, tamaño y variedad de la flora presente en esta zona del cono conservada y, en segundo lugar, una atmósfera de polvo blanco que sobrevuela cada poco tiempo la vegetación existente en el cráter y sus laderas. Por supuesto, un polvo blanco que también llega a los seres humanos que visitan el lugar. Esta anomalía en el aire procede de los continuos vertidos de escombros y del posterior enrase con palas mecánicas. El polvo es la consecuencia del movimiento de los escombros que realiza la empresa de residuos inertes ubicada al lado de la Sima y que pretende, con la acumulación de dichos materiales, recuperar en cierto modo los perfiles originarios del nacimiento del barranco de los Cascajos y a ser posible, del perfil de la montaña de la Sima por su cara norte.
Es cierto que, para lograr este objetivo, va sepultando la vegetación que se encuentra en el interior del recinto perimetrado por una valla. Es triste, pues el posterior proceso de restauración pretenderá repoblar con las mismas especies sepultadas, sobre un terreno -escombros y áridos- que no lo permitirá o lo hará en pésimas condiciones -el ejemplo más claro lo tenemos en la restauración botánica de montaña Quemada, donde la plantación masiva de cardones sigue, varios años más tarde con la misma precariedad y escaso crecimiento, que presentaba cuando se ejecutó dicha repoblación. Y es que prosperar sobre la basura es difícil y más aún si son residuos carentes de vida o contrarios a ella como es el caso de los cementos y los áridos machacados. La inexistencia de plantas sobre estos residuos, incluidas las especies foráneas e invasoras poco exigentes en nutrientes y calidad del suelo, debe ayudarnos a reflexionar.
Me preocupa también la muralla de áridos que va a quedar en esta cabecera de la Hoya, como una espada de Damocles sobre el extraordinario cardonal que aún pervive sobre el discurrir del derrame lávico del cráter. ¿Cómo se garantiza la inexistencia de corrimientos de tierras sobre el cardonal?”
En el tiempo transcurrido desde la toma de estos apuntes -hace quince meses más o menos-, caducó, al parecer, la licencia de la empresa para actuar como escombrera y alguien alertó del peligro que suponía continuar con el vertido masivo pues estaba en riesgo el entorno inmediato de la sima. Fue pues, novedoso y reconfortante que, en fechas recientes, primera quincena de septiembre, me encontrara con maquinaria pesada, tratando de recuperar dicho espacio, aterrazando los perfiles de la montaña, primero apelmazando y compactando los escombros, luego depositando una buena capa de tierra vegetal sobre ellos y finalmente cubriendo todo ello con una última capa de picón y otros materiales escoriáceos de baja granulometría que disimulan desde lejos el impactante color blanco de los escombros enterrados.
Deberemos estar todos pendientes al modo y manera de culminar esta restauración. Está claro que será necesario recuperar no sólo el perfil de la montaña sobre el barranco y mitigar su impacto con la capa de cenizas volcánicas, sino llevar a cabo una restauración paisajística botánica.
Hablando del perfil deseado, el borde de la senda o pista de acceso a la Sima, como quieran llamarle ahora, que ha ampliado las máquinas, se encuentra al mismo nivel que el obtenido tras la valla en el proceso de restauración, con lo que no dificulta la lectura del paisaje y permitirá en su día, cuando la restauración medioambiental avance y esté consolidada la recuperación botánica del terreno degradado, la eliminación de la antiestética valla que agrede ahora al paisaje y al espacio natural protegido.
Este texto de septiembre ya tiene algunas respuestas. Puedo confirmar ahora, con mi reciente visita, que la restauración de la ladera norte de la montaña Sima de Jinámar va en buen camino, que se está llevando a cabo una masiva plantación con flora autóctona con el objetivo de garantizar una recuperación real del espacio maltratado, que dispone de un sistema de riego por goteo que permite garantizar los primeros pasos en la vida de las plantas, que ya hay fases de plantación -aquellas previas a las generosas lluvias de octubre-, donde las plantas han crecido ostensiblemente. Los ricinos han aprovechado la oportunidad para prosperar por doquier en este territorio rescatado. Habrá que evaluar la conveniencia o no de permitir que se formen bosquetes de esta especie invasora, al modo de los existentes en cauces degradados de algunos barrancos como hoya del Pozo. pero lo más importante es que la vida está ahí, sobre lo que algún día fue una escombrera de áridos.
Tajinastes blancos, vinagreras, tabaibas dulces, tabaibas amargas, veroles, bejeques recién plantados se unen al poder potencial germinativo de decenas de especies que pueblan las zonas aledañas de este espacio.
Volviendo a la Sima, la parte del cráter que observamos se conserva bien. No olvidemos, sin embargo, que se trata de una visión engañosa, pues estamos viendo lo poco que queda de lo que en su día fue este cono volcánico.
Es por el borde que se orienta al oeste por donde debemos bajar con mucha precaución, pues no vamos a encontrar artificiales escaleras sino una bajada rocosa natural, muy transitada pero no exenta de peligro, más aún si se trata de personas poco acostumbradas a caminar por terrenos escabrosos, personas mayores o que sufran de vértigo. No se confíen, es muy fácil tropezarse, caer y lesionarse. Debo recordar a la clase política y activistas de cualquier índole que eviten la tentación de promover o ejecutar cualquier tipo de obras tendentes a dotar con una escalera de cemento u hormigón, una serie de peldaños que arruinarían la belleza y el valor natural de la sima y el cráter. Y si lo digo es porque en mi última visita y ante la visión de recuperación del entorno inmediato, se me acercó una persona sugiriéndome, como una propuesta útil y necesaria, la colocación de una serie de escalones sobre el risco para abordar sin peligro la llegada a la Sima. Le razoné mi rechazo a su propuesta llevándole hasta el borde del risco y mostrándole la salvaje belleza del cráter. Lo entendió al momento. Jamás permitan tal disparate. El valor de los riscos está en su forma natural. Si se quiere facilitar un paso adecuado y sin riesgo para las personas con dificultad de movilidad, ya tenemos uno, y es aquel que, accediendo por la cara este del cono y del que luego hablaremos, se llega sin dificultad alguna a la boca de la Sima pues discurre en llano, sin desniveles apreciables.
Una vez en la proximidad de la sima llama la atención observar que en sus paredes y alrededores se conserva una interesante muestra de la vegetación propia del lugar en relativo buen estado. Y digo que llama la atención porque la degradación sufrida por este cono es demoledora. La vegetación que se encuentra es la propia de un cardonal tabaibal, pero destaca la presencia de una especie arbórea propia del bosque termófilo, enriscado en un lugar donde es impensable el acceso al mismo. Eso lo salvó de la tala y de la salvaje depredación cuando el bosque termófilo, propio de esta zona en el pasado, prácticamente se extinguió a causa de la tala continua para atender las necesidades de los ingenios azucareros en un comienzo o el fuego vivo de los caleros cuando la industria de la cal. Se trata de un viejo lentisco, creciendo entre balillos que, abrazado al risco, busca la luz en la margen izquierda de la Sima. Próximo a él, un ejemplar de hediondo (Bosea yerbamora) nos recuerda esa vegetación potencial, ahora sin presencia en el entorno.
Conocí la sima cuando ningún tipo de protección evitaba la contemplación del fenómeno geológico tal cual. Sé que existen riesgos, pero nadie cayó en su interior más allá de las desgraciadas personas que registran los relatos históricos y en todos estos casos, no fueron despistes voluntarios, fueron arrojados.
En estos cuarenta años dedicados a la docencia, miles de niños y jóvenes han ido a la Sima con sus profesores, sus responsables de campamento, sus educadores ambientales y nunca pasó nada. Estamos asistiendo a un proteccionismo preocupante. Tratamos a la sociedad y a las personas como seres pusilánimes, bobos que necesitan en todo momento cuidados paternalistas. Craso error. Tal planteamiento favorece que el ser humano no crezca, no razone, no defienda sus derechos, no sea consciente de la peligrosidad o seguridad ante diferentes situaciones vitales, que no se sienta responsable de sus propios actos. Es como si se buscara, de un modo deliberado, la despreocupación y la docilidad de la gente. Hay como un slogan tácito y silencioso: “No te manifiestes y despreocúpate de todo, nosotros cuidamos de ti”. Preocupante camino nos espera si adoctrinamos así a las personas para convertirlas en parte de un rebaño controlado.
Bajo estos controvertidos parámetros a la hora de gestionar la seguridad en estos espacios, al parecer todo sirve y eso conlleva la idea de la reclusión de cualquier elemento que pueda entrañar un riesgo, aunque sea bajo. Medidas extraordinarias de seguridad, convierten a cualquier espacio en simple atracción de feria, convirtiendo al lugar y su singularidad geológica en una especie de monstruo del que debemos proteger a los ciudadanos. Así, si ahora luce la sima una reclusión basada en un cierre perimetral con vallas consistentes en postes metálicos y una alambrada que los une, en algunos despachos, mentes calenturientas llegaron a hablar en su día de una reja que cubriera por completo la boca de la sima. ¿Acaso estamos locos? ¿Cuándo hemos perdido la cordura? ¿Acaso alguien ha caído en el interior de la Sima para justificar una agresión de tal dimensión a una singularidad geológica tan extraordinaria?
Son precisamente las labores de protección y “supuesta seguridad” las que ponen en riesgo no sólo la vida de las personas -es curioso que el alambre que cierra la parte más baja de la valla colocada, este separado del suelo un metro, permitiendo el paso no sólo de una persona sino de cualquier animal que se aproxime al abismo-. Me pregunto entonces: ¿Qué protege realmente? La respuesta es fácil: nada. Pienso que la ubicaron para decirnos: ¡Ojo, aquí hay una sima!, pero sigue dependiendo de quien la visite el hecho o no de poner en peligro su vida, pues, abierta como está, la valla nada evita. Afortunadamente la naturaleza sí preserva, en la medida de los posible, de una posible caída pues a ambos lados de la sima, verodes, cornicales, tuneras indias, vinagreras y bejeques crean una malla arbustiva y espinosa que evita el derriscamiento involuntario. Por eso les invito a acompañarme y disfrutar de la Sima como está ahora, aún salvaje en zonas definidas, aún con ejemplares botánicos dignos de mención por su belleza y tamaño.
Para ello, una vez llegamos a la boca de la Sima, varias sendas se ofertan a nuestro alrededor, pero antes de tomar alguna de ellas, acudo al vulcanólogo que nos ayudará a interpretar la singularidad de esta extraordinaria manifestación del vulcanismo canario. Para cualquier educador, el doctor en Geografía Alex Hansen Machín es una referencia obligada a la hora de acercarse a los volcanes recientes de Gran Canaria. Lo he citado en el artículo dedicado a la montaña Quemada, la montaña arrasada e identificada por él como montaña del Gallego. Estas son sus palabras:
“La Sima de Jinámar conservó, al término de la erupción, su chimenea abierta. Esta chimenea alcanza una profundidad de 76 metros hasta el fondo, fondo que está relleno por materiales de escombros. Las paredes de la misma, que alcanzan los 15 metros de diámetro, presentan un enfoscado lávico que recubre los aglomerados fonolíticos, aglomerados que comienzan a aparecer a unos veinte metros de profundidad en aquellos lugares donde el enfoscado ha caído”.
De la montaña, a nivel geológico, poco más voy a decir. Si quieren abundar en ello ahí les recomiendo consultar su publicación: “Los volcanes recientes de Gran Canaria”. Las ilustraciones de Alex nos presentan un volcán con un extenso campo de cenizas que se extendía ampliamente por las caras sureste, sur y oeste. Todo este volumen de materiales piroclásticos ha desaparecido. Si observáramos el cono desde el aire, nos sorprendería el estado residual del mismo. Es tan escasa la superficie conservada que, observado desde su cima, a donde le llevaré para mis lecturas de paisaje, la paralización de las extracciones sucedió justo en el momento en que estaba en juego el colapso de la pared trasera de la Sima. Tal es así que es una decisión suicida intentar el paso por la cima, transitando sobre el escaso borde que separa la pared de la Sima de lo que queda de la pared oeste del cráter.
Antes de iniciar cualquier periplo por estas sendas, les invito a la lectura y observación de los elementos informativos que hay delante de la boca de la Sima. Dos son paneles, el otro un monumento al recuerdo.
Ambos paneles han sido elaborados por el Servicio de Patrimonio Histórico del Cabildo de Gran Canaria. Uno, bajo el título: “Plan de mantenimiento de yacimientos arqueológicos y sitios etnográficos de Gran Canaria”, invita a la ciudadanía a que pongan en conocimiento de dicho Servicio o la Oficina del ciudadano de esa institución cualquier atentado o anomalía presente en el lugar. Para ello facilita teléfonos y correos electrónicos. Al lado se dan unas normas específicas de cómo debe tratarse, para su disfrute y conservación, el espacio visitado, tanto en español como en inglés.
El otro, bajo el título: “Sima de Jinámar. Sitio histórico”, registra lo siguiente:
“Además de una chimenea volcánica de 80 m. de profundidad con gran interés geológico, la Sima de Jinámar es un Sitio Histórico de suma importancia en la memoria colectiva de Gran Canaria. En este emplazamiento se materializó la represión que sigue a la sublevación militar de 1936 contra dirigentes sindicales y afiliados a las organizaciones populares republicanas, a los que se dio muerte y arrojó a la Sima.
Según algunas fuentes escritas, en fechas anteriores a la conquista de Gran Canaria (en torno a 1393), los antiguos canarios tiraron al interior de la Sima a 13 frailes que convivían con ellos como represalia por los continuos ataques a la isla de navegantes europeos.”
Situado entre los dos paneles se encuentra una base de hormigón pintada en blanco y rojo y justo delante, un parterre para la colocación de flores. Sobre este bloque de hormigón dos cruces negras de metal, una más pequeña y superpuesta a la otra, con unas letras doradas donde leo: “A los caídos. Jinámar”. La grande de estructura tubular, porta una maceta en su base donde observo con frecuencia algunos claveles rojos.
En mi más reciente visita al volcán, mediados de noviembre, un singular elemento aparece sujeto a uno de los alambres que supuestamente protegen del potencial peligro de la sima. Se trata de una hoja tipo folio plastificada. En ella una sentida y dolorosa poesía bajo el título: “Quisiera saber”, firmada por Pepe Valencia y escrita en Agaete en el año 2004, remueve nuestras conciencias. Es reciente su colocación y hermosa su reflexión y mensaje. Indago un poco sobre su autor y estoy seguro que se identifica con Jose Valencia Vega, extraordinario maestro. Les invito a su lectura, pero yo no se la traeré a este artículo. Los emplazo junto a la Sima, para palpar en primera persona el desasosiego que producen la intolerancia y el odio.
En el suelo, varios elementos metálicos firmemente fijados a la roca -clavos, anclajes-, tienen la misión de garantizar un descenso seguro a los montañeros, espeleólogos, historiadores y otros deportistas y especialistas que se aventuren en las entrañas de la Sima. Debemos observar el suelo y tener cuidado de no tropezar en ellos, en especial aquellos que se encuentran más cerca de la boca de la Sima, apenas a un par de metros. Otro, más alejado, está cubierto por un envase plástico delatando así su ubicación y muy cerca, esta vez sobre la rama de una tabaiba, un cartucho virado “adorna” la euforbia imposibilitando así el correcto crecimiento de la planta. Son éstas algunas recomendaciones si acudimos con grupos de alumnos o personas poco habituadas a caminar por espacios naturales como éste, una para evitar incómodos tropiezos y otra para respetar los seres vivos, da igual que sean animales o plantas, que habitan tan preciado medio.
Ahora es el momento de iniciar la exploración del entorno. Para ello utilizaremos algunas sendas muy claras, pero también las menos transitadas que nos depararán interesantes sorpresas. Evitaremos siempre aquellas apenas visibles y que nos dirijan hacia la pared trasera de la Sima, pues no tiene sentido alguno asumir riesgos innecesarios. Si alerto sobre ello es porque en verdad existe una vereda, apenas perceptible.
Lo primero que observamos es que, en general, se encuentra limpio el paisaje de la Sima, el entorno más inmediato. En mis periplos por la montaña -y fueron muchos-, algunas botellas de cerveza, bastantes viejos cartuchos, un puñado de cristales y algún que otro plástico procedente de la empresa de tratamiento de residuos fueron todos los residuos encontrados y retirados. Los plásticos llegan de un modo involuntario, levantados por los vientos, pero lo cierto es que afean el paisaje al quedar sujetos a las púas de los cardones y los espinos de mar, algunos llegando a cubrir la planta por completo. Pero no llegan de igual modo los cartuchos. Es posible que en mi veintena de encuentros con la montaña haya retirado casi medio centenar de ellos y está claro que esos se han dejado allí por desidia, por egoísmo, por falta de educación y respeto al medio. Con paciencia es fácil retirar los plásticos de la planta. También lo es agacharse y recoger los cartuchos. Como montañero la máxima está clara en mi interior: “A tu regreso, procura que la montaña quede mejor de como la has encontrado a tu llegada” y la aplico a rajatabla. Siempre en mi mochila hay una bolsa para la basura y siempre recojo algún residuo del espacio recorrido.
Hay dos pequeñas sendas que les quiero recomendar, la primera se dirige dirección norte en descenso, justo en la dirección de la salida de la lava de este volcán. Desde el primer momento se verán envueltos en la vegetación del cardonal tabaibal. Excelentes ejemplares de cardón que, en algunos casos, a lo largo de nuestro periplo, alcanzan tamaños excepcionales. Hay un par de ellos, uno precisamente en esta senda, cuyos tallos -muchas personas le denominan brazos o candelabros-, se acercan a los tres metros de altura y a los seis-siete metros de diámetro. Algunos de estos tallos en su base alcanzan grosores próximos a los veinte centímetros de diámetro y la superficie ocupada por la parte central, donde sus raíces se afianzan sobre el suelo y alcanza la planta su mayor fortaleza, es notable igualmente.
Son estos cardones verdaderos santuarios para la vegetación circundante. Pocas especies hay que no encuentren refugio en su interior: azaigos de risco, cornicales, matos de risco, tabaibas amargas, beroles, esparragueras, balillos…
La lista de especies inventariadas en el cardonal a simple vista son muchas. A las ya indicadas añadimos las vinagreras, bejeques (Aeonium percarneum, A. arboreum arboreum, A. simsii), inciensos, mamitas, romeros marinos, gualdones, cerrajones (Sonchus acaulis)
Esta senda en descenso por el derrame lávico de esta montaña, tiene su continuidad en el barranco de los Cascajos sobre dos derrames lávicos pues en orientación sur bajaron de igual modo las lavas procedentes de Montaña Rajada. Sobre este malpaís de materiales escoriáceos, los cardones encuentran su mejor representación en la zona. Es en esta formación de cardonal donde sería interesante erradicar los escasos ejemplares de tunera india que se encuentran dispersos entre sus plantas. Son pocos ejemplares y la labor recomendable, máxime cuando en nuestro descenso observamos decenas de nuevos ejemplares de cardón surgiendo entre la lava con un único tallo firme y en pleno desarrollo.
La segunda senda de la que les quiero hablar se dirige desde la sima, a la izquierda de la misma, buscando la cima de la montaña. Cima, sima, si planteo esta dualidad de vocablos que varían solo en su primer grafema, es por el equívoco continuo que su uso me traía al centro educativo en aquella época, que comienza a aventurarse lejana, en que desarrollé labores de docencia.
Profe: ¿Qué palabra se escribe con c y cuál con s? era una pregunta habitual entre los alumnos. Para ellos cima y sima era un galimatías a la hora de llevar dicho término al papel.
Siempre arriba, ascendemos por la montaña hasta alcanzar su cúspide, su lugar más alto, eso es la cima con c. Descendemos por un tubo, un agujero, un socavón, siempre bajamos eso es una sima con s.
No niego que ambas explicaciones podrían someterse a un mayor rigor, hacérselo comprender de mejor manera, pero mis alumnas y alumnos lo comprendían y ese era el objetivo.
La Sima de Jinámar, ese agujero hondo que infundía respeto y temor se escribía con “s”. Si elevábamos la vista hacia la cúspide de la montaña donde se encontraba la sima, teníamos la cima, con “c”. Para ellos había quedado claro.
Volviendo a la senda que voy a comenzar, si se la presento en este artículo no quiere decir que se la recomiende. En absoluto. No es muy compleja, es cierto, pero gran parte de la cima a donde nos dirigimos se encuentra desmantelada y los cortes verticales dados a la montaña con la intención de extraer todo el material volcánico posible de la misma son enormes, presentando algunos, más de una decena de metros de vertical caída. Por cualquier vertiente que nos asomemos en la cima, el peligro es manifiesto. Por eso les relataré lo que he observado y desde ahí haré las lecturas de paisaje correspondientes.
Para el ascenso, a falta de una senda clara, me aproximo a los roques que se elevan a nuestra izquierda. Me proporciona seguridad al tener la impresión, fundamentada o no, de ser elementos fijos, bien anclados al sustrato, en un paisaje móvil, de cenizas volcánicas y materiales escoriáceos sueltos. Además, me permite ver uno de los ejemplares más grandes de cardón. ¿Qué edad podrá tener este cardón? Alguno de sus brazos, justo antes de elevarse algo más de tres metros en busca del cielo, tienen la anchura de mi muslo y eso es mucho grosor para un tallo de cardón.
Sobre el primer roque la visión de la sima y su hondura es impresionante, al igual que el impacto visual producido por la definición perimetral y la instalación de los postes verticales que permitieron su vallado. El sustrato rocoso está cubierto de bejeques (Aeonium percarneum). Se trata de ejemplares de escaso crecimiento, pero bien afianzados al farallón lávico. Esporádicos balillos (Sonchus leptocephalus o Taeckholmia pinnata) buscan su supervivencia en los intersticios donde se acumuló un pizco de tierra y alguno de ellos, con espíritu de bonsái, ha llegado a florecer. Con paciencia infinita junto a mis pies prospera sobre la roca un nuevo cardón.
Superado el primer roque nos dirigimos a otro mayor, también de escorias soldadas. En su cara norte se han formado pequeñas oquedades, dos de ellas dan paso a una cueva alargada y muy baja, de unos cinco metros de profundidad. Se encuentra limpia y el acceso a ella no reviste mayor dificultad, pero hay que arrastrase y no lo hago, pues no dispongo de la ropa apropiada y sé qué las pequeñas aristas de las escorias compactadas harán trizas mi camiseta, pantalón corto de montaña, codos y rodillas. Es pura obra del volcán y no hay vestigios de intervención humana alguna, de ahí mi respeto a penetrarla, a sabiendas de que sus afilados y puntiagudos salientes escoriáceos me harán daño. Además, es un lugar idóneo para la nidificación de pardelas, aunque no observe vestigio alguno de plumón u otros restos orgánicos. Esta estructura rocosa presenta numerosas orchillas, es posible que, por su abundancia y tamaño, sea una de las mejores muestras de orchilla del municipio. Respiro hondo, a sabiendas de la calidad del aire respirada, de la pureza del mismo, refrendada por la presencia de tantos líquenes. Bordeo este bloque y afianzando bien las botas de montaña en las cenizas sueltas, en poco tiempo estoy en la cima. Una vez más, y no me canso de repetirlo, la prenda más esencial en estas aventuras por conos volcánicos son unas buenas botas de montaña con un buen dibujo en su suela.
Me sorprende la primera visión de la cima, una cúspide cubierta de una frondosa vegetación arbustiva. También sorprende mi llegada a una pareja de conejos que se aleja rauda. Observo un llano que debió ser muy amplio, a tenor de la parte conservada que transito ahora. Fue luego, cuando hube realizado varias visitas a esta zona, cuando corroboré la extensión, belleza y riqueza botánica que debió tener esta montaña, valores que unidos a los geológicos e históricos deberían haber sido indiscutibles razones para una protección integral de la misma. Desafortunadamente no fue así.
La vegetación es densa y, a primera vista, se encuentra bien conservada. Con similares especies a las observadas hasta ahora, llama la atención un manchón interesante de romeros marinos (Campylanthus salsoloides), un endemismo canario con sus floraciones lilas y rosáceas, no muy frecuente. Es singular también el manchón de salados (Schizogine sericea) de buen tamaño, con sus floraciones amarillentas azafranadas donde me encuentro ahora. El resto, presenta notables ejemplares, posiblemente gracias a la escasa incidencia del ser humano sobre la población botánica existente. Se trata de tabaibas amargas, cardones, azaigos de risco, veroles, vinagreras, bejeques, tajinastes blancos, esparragueras, balillos, inciensos, aulagas, cornicales, matos de risco, hinojo, cerrajones, cardo yesca (Phagnalon saxatile), mamitas (Allagopappus viscosissima) -especie endémica, presente sólo en esta isla-, ratoneras, gamonas... También aquí hay tuneras indias, muy pocas, tan pocas que podrían erradicarse de este edén vegetal propio sin mayor dificultad. El suelo sobre el que camino, tras las últimas lluvias está lleno de musgos.
Sigue gozando la montaña de una buena representación de líquenes. Hay orchillas en los roquedales de la senda. Y hay musgos también en las rocas, en aquellas zonas ocultas al abrigo del sol. Sin lugar a dudas se trata de un apasionante escenario natural para los especialistas.
No me aproximo al borde en zona alguna, en especial la cara orientada al poniente donde el talud es impresionante y los bordes se desmoronan continuamente. No es posible bajar por lado alguno si no es asumiendo un riesgo peligroso e innecesario pues la inestabilidad provocada por las extracciones vuelve impredecible el comportamiento del terreno.
Así pues, disfrutando con la vegetación de la cima y siendo prudente y cuidadoso con el lugar donde pongo los pies pues se trata de una cima mutilada donde los tajos verticales son evidentes y estremecedores, no contando con señalética ni valla alguna que alerte del peligro de caída, observo las panorámicas que se me ofertan y procedo a la lectura del paisaje circundante.
José Manuel Espiño Meilán, miembro fundador del Grupo Ecologista Turcón, es en la actualidad presidente honorífico y socio del colectivo, escritor y profesor jubilado.
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